miércoles, 19 de octubre de 2011

Encuentro

Brazada, brazada, brazada, respiro. Brazada, brazada, brazada, respiro. Así, muchas veces. Nina nada para descargarse, para conjugar su dolor, su rabia, su mal humor... Pero sobre todo, porque cuando sale de la helada piscina, tiene la mente más clara.
Hoy, Nina ha nadado durante tres horas, sin pararse ni un segundo, sin dudar ni un momento, sin preguntarse si la piscina estaría demasiado fría. ¿Por qué? Porque él le ha dejado, y ella no lo soporta.
Vamos a empezar por el principio: Nina es una chica que vive en Nueva York, desde hace un par de años. Tiene un gran trabajo, escribe artículos para el New York Times. Vive sola, en un apartameno pequeño, pero agradable. Toda su familia vive en un recóndito pueblo de España, pero ella siempre había querido ir a vivir a Nueva York, y lo ha conseguido.
A él lo conoció un día que, como todos lo sábados, iba a patinar al Central Park, al atardecer. Nina había tenido unn día agotador, y solo iba porque había estado todo el día en la oficina y creía que necesitaba algo de aire. En un momento, se paró en un banco a beber agua, y descubrió que no le quedaba más. Agotadada, decidió volver a casa, darse un baño caliente, comer algo rápido e irse a dormir. Pero, cuando se estaba poniendo de pie, se resbaló y se cayó de espaldas. Nadie fue a ayudarla, y cuando se estaba levantando, unas manos firmes la enderezaron.

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Ví cómo caía, y esperé un poco, a ver si se levantaba. Nadie fue en su ayuda, y maldecí para mis adentros a la gente egoísta de esta ciudad. Cuando ví que se empeaba a levantar, me acerqué a ella y la senté en el banco. Observé cómo se quitaba esos patines suyos y cómo se ponía las deportivas. Ocultaba su cara bajo una mata de pelo oscuro. No sabría decir si era negro o castaño oscuro, pero sí sé decirte que me atrajo, desde el primer momento. Levantó la cabeza, y ví esos ojos suyos, tan verdes, tan expresivos, que me miraban con vergüenza, con gratitud, y hasta con cierta súplica.
Le pregunté si estaba bien, y me dijo rápidamente que sí, que gracias, y un "hasta luego" con prisa. Me dije: "Hombre, no la vas a dejar que vaya caminando hasta casa, después del porrazo que se ha dado y lo mucho que te gusta", así que decidí acompañarla hasta casa, llevarla en coche si hacía falta.
Durante el camino no dijo nada, solo me indicó por dónde ir. Y cuando la vi acercarse al porche, sacar las llaves del pequeño bolso, y tratar de abrir la puerta, pensé que no podía dejar pasar esta oportunidad, asíque aparqué (por suerte vivía en un barrio nuevo, no muy poblado, y se podía apracar sin muchos problemas), y fui con ella. Para mi sorpresa, me dejó pasar y conversamos durante mucho rato. Perdí la noción del tiempo, y cuando me quería dar cuenta, eran las dos de la madrugada. Yo había quedado con unos amigos, para ir a una fiesta, ya que era sábado y siempre nos íbamos de juerga los sábados, pero pensé que prefería quedarme con ella. Había descubierto que se llamaba Karmina, pero que ese nombre no le gustaba y que prefería que le dijeran Nina. También me había contado de dónde venía, cómo era su familia, por qué había venido a Nueva York...  Quedé encantado con ella, y quedamos en volver a vernos. Volví a casa, me duché y me metí en la cama, pensando en ella. Tuve dulces sueños.

              
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¡No puedo ser tan torpe! Me dije. Intenté levantarme, pero no pude. Sentí que alguien me incorporaba, y disimuladamente, le miré entre mis mechones de cabello oscuro. Era un chico, guapísimo, y me hice la tonta, agachánome y quitándome los patines y poniéndome los tenis.  Me enderecé y descubrí que seguía allí, y vi su mirada, castaña, y supe que no le podría olvidar. Se ofreció para llevarme a casa, y no pude menos que decirle que sí. Estaba tan nerviosa que no le hablé en todo el camino, solo le indiqué por dónde ir.
Estaba abriendo la puerta de entrada, y pensé: "Qué pena que no le vuelva a ver", y justo en ese momento, él se bajó del coche, y le invité a casa, y estuvimos hablando mucho, mucho, mucho...
Cuando se fue me sentí apenada, y deseé tener con él la suficiente confianza como para pedirle que pase la noche conmigo. Pero también me alegré de poder tener un poco de tiempo solo para mí.
Llené la bañera de agua bien caliente, y me metí en ella suspirando. La bañera es una de las cosas que más me gustan de mi pisito. Cuando estoy cansada o estresada, suelo llenarla con agua caliente y espuma con olor a lavanda... Me relaja mucho, casi tanto como ir a nadar.
En fin, que me di un baño y me fui a dormir.
Di vueltas y vueltas y más vueltas, pensendo en él, y finalmente me dormí con una fantasía de que me pidiera salir...
                 

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