viernes, 8 de febrero de 2013

Un poco de jazz

La música inundaba el lugar. Era un atardecer parisino de otoño, ya refrescando en el exterior. A esa hora se empezaba a llenar el bar de jóvenes recién saliditos de sus clases de universidad, que se acercaban a disfrutar del saxo y el chelo, a veces un piano. También venían enamorados en primeras, segundas o enésimas citas; adultos que se pasaban a sacarse el estrés del trabajo con la música y una copita, adolescentes a punto de irse después de tomar un café con los amigos, viejitos sin trabajo amantes del jazz que pasaban a disfrutar. Mucha gente. Muchas diferencias. Muchas charlas, risas. Y, especialmente, mucho jazz.

Ella se sentaba en una esquinita oscura, con un chocolate caliente entre las manos y una edición antigua de Romeo y Julieta al lado. Entre canción y canción leía, pero cuando se punteaban las notas en el chelo, o se tapaban y destapaban agujeritos en el saxo, o se pulsaban las teclas del piano; cuando la morena cantante de jazz hacía vibrar sus cuerdas vocales, ahí cerraba los ojos. Cerraba los ojos y sonreía, y disfrutaba. Y se notaba que disfrutaba. Su pie derecho se movía al compás de la suave y llevadera música. Su cabeza se balanceaba de un lado al otro. Disfrutaba. Le gustaba el jazz.