lunes, 28 de enero de 2013

Euforia

Prueba de sonido. Preparación. Nervios. Vestimenta, maquillaje, calentamiento. Todo correcto. Últimos segundos antes de salir. Mariposas en el estómago; no, más bien lechuzas. Lechuzas que ululan en la oscuridad de mis intestinos, lechuzas que se ponen a volar libremente y rozan con sus alas mi aparato digestivo, provocándome unas inmensas ganas de vomitar. Escucho, desde hace un rato, el alto volumen de los gritos de las fans metros más allá, pero en esos instantes antes de saltar al escenario mis oídos dejan de funcionar, mi vista se nubla, siento unas hormigas en las puntas de mis dedos, que sostienen la Fender, mi querida guitarra eléctrica, antes con fuerza y firmeza; ahora flojamente. De no ser por la correa negra llena de siniestras calaveras que engancha la guitarra a mi hombro, hace rato que habría perdido mi amada guitarra. Y entonces el director del concierto me da la señal, y junto con mis compañeros, mis grupistas, mis amigos, mis músicos, salto al escenario.

Mis dedos se deslizan por las cuerdas de mi Fender como si de seda se tratase, la música resuena en el campo de fútbol repleto de gente gritando, saltando, moviéndose al ritmo de mi canción. Me acerco al micrófono en el momento indicado y grito la letra, dejándome llevar. Euforia. Pasión. Emoción. Libertad. Todo eso siento. Adiós putas lechuzas voladoras en mi estómago, adiós putos nervios. Ya soy feliz, aporreando mi guitarra eléctrica, el heavy metal retumbando por encima de mi cabeza, el público cantando conmigo mi canción. Happifidad.