jueves, 5 de julio de 2012

Ella y su vestido turquesa

Estaba despampanante con un vestido turquesa, unas sencillas sandalias plateadas y un bolsito a juego. El peinado era muy simple: el pelo suelto, al aire. La leve brisa procedente de la playa lo alborotaba un poco y le daba un toque mágico a la escena. No llevaba maquillaje, únicamente un poco de brillo de labios. Y nada más.
Yo me acerqué medio escondido entre una multitud de gente que bajaba por la misma peatonal que yo hacia ella. Esperaba que no me viera, y así sorprenderla hablándole al oído desde un lugar que no se imaginaba, pero mi plan se fue al traste cuando la multitud que había delante mío y que me ocultaba se dispersó. Así, quedé descubierto, y ella me miró con un brillo de emoción en sus ojos castaños. Se levantó elegantemente del banco en el que estaba sentada, y el vestido turquesa ondeó a su alrededor. Se acercó a mi a la vez que yo avanzaba hacia ella, y nos encontramos con miradas tímidas cargadas de amor.
-Estás preciosa - le dije. Ella se sonrojó y desvió la mirada. Se acercó otro paso a mi, y me arregló el cuello de la camisa, que siempre me queda mal.
-Ahora, - dijo después de arreglarlo - tú también - terminó la frase con una sonrisa.
-¿Quieres tomar un helado? - le pregunté, señalando una heladería.
-Uhm... Vale - aceptó.
Nos acercamos y pidió uno de chocolate y frambuesa. Estaba sacando la cartera de su bolsito, cuando le frené la mano y le dije que la invitaba. Al principio se negó, pero la convencí. Yo pedí uno de vainilla y limón. Caminamos por el paseo marítimo del Médano, donde estamos, mientras disfrutamos los helados. Entre cucharada y cucharada de helado, comentamos un poco todo: la calle, el mar, viajes, los barcos, la playa, la gente, los compañeros de clase, los amigos, en fin, de todo. Ésa fue una tarde especial.