lunes, 4 de febrero de 2013

Brazadas y Patadas

El agua se deslizaba rápidamente a su alrededor, casi tan rápido como su sangre al correr por sus venas. Sus pies estaban en constante movimiento: arriba, abajo, arriba, abajo... Sus brazos repetían el mismo ejercicio, brazada tras brazada. Su pecho subía y bajaba rápidamente al respirar agitada. Gracias a los banderines del techo supo que estaba cerca del muro: con mucha práctica, inclinó la cabeza hacia atrás soplando por la nariz de manera que no le entrara agua, y miró cuánto le faltaba hasta alcanzar el final de la piscina. Calculó unas 3 brazadas, y, cuando las hizo, volvió a inclinar la cabeza para darse cuenta de que debía hacer el viraje. Aerodinámicamente, se dio la vuelta dando una brazada de crol e hizo una voltereta. Con fuerza, se impulsó y adquirió velocidad al dirigirse a la otra punta de la piscina. Y otra vez lo mismo: brazada, brazada, brazada a la vez que sus pies se movían arriba y abajo, arriba y abajo... Otra vez, las gafas empañadas. Mecachis. El techo se volvió borroso: tendría que mojarlas al acabar el ejercicio. Brazada, brazada, brazada. Arriba y abajo, arriba y abajo. Brazada, brazada, brazada. Arriba y abajo, arriba y abajo.
Así era la única manera de relajarse. Qué bien se sentía al nadar. Se sentía... Como un pez en el agua, literalmente.