miércoles, 26 de octubre de 2011

Adios

Y un día dejaste de amarme, o te cansaste de fingir que lo hacías, porque me dijiste de todo, y no me dijiste cosas precisamente "agradables". Lloré amargamente por ti, y cuando cerraste la puerta de un portazo, me dejé caer sobre la cama fría, vacía ya sin ti.
Pasaron los días, las semanas, y seguías sin volver. Y logré volverme insensible al dolor que sentía cada vez que veía una melena negra entre la multitud, o que escuchaba pasar un coche ruidosos por el tiempo. Y justo cuando te olvidé, volviste. Te sentaste en esa silla de la pequeña mesa redonda, esa que tanto te gustaba, porque desde ahí se veía bien la tele cuando daban un partido de fútbol. Me explicaste que estabas borracho, que te habías pasado con el alcohol, que no sentías eso de verdad. Te pusiste de pie, y te acercaste a mí. Yo había escuchado  con la cabeza baja, con mi pelo rubio ocultando mi rostro. Cuando me enderecé y te miré, me sequé una lágrima que había caído casualmente por mi mejilla izquierda, fijé la mirada en tus ojos marrones, y te di una torta. Creí ver algo de dolor, de incomprensión, de desesperación, de súplica en tu mirada. Pero no podía aguantar más.Te grité todo lo que había guardado dentro de mi, toda esa rabia, enfado, furia contenida que habías provocado en mi al irte. En cuanto lo hice, me sentí mucho mejor, y te dejé sollozando en esa silla. Cogí mi bolso y me fui, sin mirar atrás. No me importaba dejar atrás la casa que tenía a medio pagar, ni todas mis cosas, ya me compraría más en ese nuevo país al que iría, porque, desde luego, no pensaba seguir aquí.
Y, sin decirte ni un solo "Adiós", ni dedicarte un solo pensamiento más en toda mi vida, me fui, empecé de nuevo mi vida, y fue la mejor decisión de ella.