jueves, 15 de marzo de 2012

Pagando por un error

El olor a rosas embriagaba mi mente. Levemente, logré recordar mi nombra, Philip Thomson, y mi querido y añorado lugar de procedencia, la dulce Francia. Ahora estaba en la ciudad de Londres, o por lo menos recordaba haber estado allí recientemente, antes de perder la cabeza, la razón.
Ese momento después del crepúsculo, cuando ya no se podía apreciar la luz del sol, fue cuando bajó la nube y dejó la ciudad envuelta en humedad y oscuridad. Yo tenía una tarea, un compromiso, que, aunque había sido encargado por mi jefe, se estaba convirtiendo en algo personal. Mi compañera, Miriam Butly, no había podido llevar a cabo la suya, y se estaba autocastigando. La agencia no podía permitirse perderla, y yo tampoco.
La busqué hasta que salió la luna, que, a causa de la espesa niebla, no me prestó una gran ayuda. Me acerqué al barranco que había abierto el río, y, a unos cincuenta metros a mi izquierda, la vi. Aún con árboles, niebla y muchos metros entre nosotros, adiviné que estaba arrancando las espinas de esos rosales cercanos, donde, hacía ya tiempo, nos habíamos escondido y disfrutado uno del otro. ¿Que todavía no te lo he dicho? Miriam, además de ser mi compañera de trabajo, era mi acompañante de vida, mi amadísima mujer. El caso es que corrí hacia ella, gritando su nombre, suplicándole que parara de hacerse deño. No fue suficiente. La alcancé, y le rogué que se detuviera y volviese a casa, conmigo, su enamorado. Pero ninguna de mis palabras sirvió para cambiar su decisión. Se acercó poco a poco al precipicio. Con cada paso que yo avanzaba, ella retrocedía otro más.
-¡No puedes hacer esto! ¡Ni a mi ni a la agencia! ¡Te necesitan! ¡Yo te necesito!- le dije, desesperado, apenas sintiendo las lágrimas heladas resbalando sobre mis mejillas.
-Le fallé, Philip... Le fallé...
-¡No me falles a mi ahora! 
-Le fallé... Debía salvarle y le fallé... Así que, debo pagar... Pagar por ello...- se acercó peligrosamente al borde.
-Miriam, por favor...
-¿Por qué... porqué... dices... que me... necesitas?- sus talones asomaban por el borde, mientras ella daba la espalda al precipicio que caía al río turbulento.
Se cayó, y mientras...
-¡Porque te quiero!- grité, a la vez que ella caía, caía, lejos de mi alcance, se separaba de mi... durante mucho tiempo...
Creo que después, demasiado afectado como para mantenerme en pie, me dejé caer hacia atrás, y, a pesar de sentir los pinchazos de las espinas de los rosales que habían en mi espalda, caí en un sueño profundo, muy profundo....
Desde ese momento, mi sentido de la vista no es capaz de distinguir colores, todo está siempre del mismo color nebuloso que había en el ambiente cuando la perdí; solo huelo rosas; mis oídos no captan otro sonido aparte del de las aguas turbulentas que se la llevaron...
Vivo aislado de mundo, esperando la muerta, para alcanzar a mi amada.