lunes, 18 de febrero de 2013

Home alone

Y... "Adiós, ¡volvemos en unas horas!" y mi "Vale, ¡suerte!" y después... Escucho cerrarse la puerta del patio y salto de mi silla, muy feliz. Jajajajaja... Solita en casa. Un poquito de rock bajito mientras termino rapidísimo la tarea, mi mano volando sobre la libreta. Dos palabras más... Una... ¡SÍ! ¡Terminé! Subo la música hasta el máximo volumen y salto por mi habitación recitando la canción a grito pelado y tocando mi guitarra imaginaria. Después bajo el volumen, sé que no vivo sola y que mi punk puede molestar (incompresiiiiiblemente) a mis vecinos, pero eso no me prohíbe escucharlo, así que la dejo puesta a un buen volumen pero que no molesta. Bajo feliz las escaleras a por una galletas y me siento en el ordenador. Reviso mi Facebook, mi Polyvore, mi blog... Nada nuevo. Decido desenchufarme y salto un rato con Green Day, canto frente al espejo usando mi cepillo de pelo como micrófono, aunque no funciona muy bien: mi voz suena igual de alta que siempre. Me pinto las uñas, todo sin parar de cantar, y me tomo un colacao con muuuucho chocolate: Ole, estoy sola y feliz, y acabé la tarea en un cuarto de hora, ¡me lo merezco! Escucho un coche, me asomo a la ventana y.... ¡Uppppsss, ya llegaron! ¡Qué rápido pasan dos horas! Me apresuro a bajar el volumen y bajo rápidamente a abrir la puerta, y cuando llegan me miran con cara de "Ejemmm...". No les hago caso y charlo un rato, y cuando paso por el espejo veo el mostacho de chocolate que tengo, y solo puedo reírme. De verdad, no paro de reírme.

sábado, 16 de febrero de 2013

Naturaleza

La brisa en la cara. El sol en la piel. Los ojos cerrados, disfrutando el momento. La cabeza inclinada hacia atrás, como mirando el cielo. Los hombros y brazos relajados, caídos, sin sentirlos. El pecho subiendo y bajando a un ritmo suave, a juego con la sonrisa tranquila. Las piernas abiertas con la amplitud de la cadera y los hombros, para mantener el equilibrio. La falda blanca de florecilllas azules ondeando entre las piernas. Los pies felices en la hierba fresca primaveral. Toda feliz, en el medio de la nada, solo escuchando la brisa en las orejas, los pájaros en los árboles. Disfrutando la naturaleza.

viernes, 8 de febrero de 2013

Un poco de jazz

La música inundaba el lugar. Era un atardecer parisino de otoño, ya refrescando en el exterior. A esa hora se empezaba a llenar el bar de jóvenes recién saliditos de sus clases de universidad, que se acercaban a disfrutar del saxo y el chelo, a veces un piano. También venían enamorados en primeras, segundas o enésimas citas; adultos que se pasaban a sacarse el estrés del trabajo con la música y una copita, adolescentes a punto de irse después de tomar un café con los amigos, viejitos sin trabajo amantes del jazz que pasaban a disfrutar. Mucha gente. Muchas diferencias. Muchas charlas, risas. Y, especialmente, mucho jazz.

Ella se sentaba en una esquinita oscura, con un chocolate caliente entre las manos y una edición antigua de Romeo y Julieta al lado. Entre canción y canción leía, pero cuando se punteaban las notas en el chelo, o se tapaban y destapaban agujeritos en el saxo, o se pulsaban las teclas del piano; cuando la morena cantante de jazz hacía vibrar sus cuerdas vocales, ahí cerraba los ojos. Cerraba los ojos y sonreía, y disfrutaba. Y se notaba que disfrutaba. Su pie derecho se movía al compás de la suave y llevadera música. Su cabeza se balanceaba de un lado al otro. Disfrutaba. Le gustaba el jazz.


martes, 5 de febrero de 2013

Poesía #7

Su mirada se perdía,
lejana,
en la manta azul del
horizonte.

Los pliegues de aquella manta,
añiles,
que se ondulaban bajo el cielo,
brillantes.

Brillaban como sus ojos,
verdosos,
absortos en su amado mar,
preciosos.

Agustina Gómez

lunes, 4 de febrero de 2013

Brazadas y Patadas

El agua se deslizaba rápidamente a su alrededor, casi tan rápido como su sangre al correr por sus venas. Sus pies estaban en constante movimiento: arriba, abajo, arriba, abajo... Sus brazos repetían el mismo ejercicio, brazada tras brazada. Su pecho subía y bajaba rápidamente al respirar agitada. Gracias a los banderines del techo supo que estaba cerca del muro: con mucha práctica, inclinó la cabeza hacia atrás soplando por la nariz de manera que no le entrara agua, y miró cuánto le faltaba hasta alcanzar el final de la piscina. Calculó unas 3 brazadas, y, cuando las hizo, volvió a inclinar la cabeza para darse cuenta de que debía hacer el viraje. Aerodinámicamente, se dio la vuelta dando una brazada de crol e hizo una voltereta. Con fuerza, se impulsó y adquirió velocidad al dirigirse a la otra punta de la piscina. Y otra vez lo mismo: brazada, brazada, brazada a la vez que sus pies se movían arriba y abajo, arriba y abajo... Otra vez, las gafas empañadas. Mecachis. El techo se volvió borroso: tendría que mojarlas al acabar el ejercicio. Brazada, brazada, brazada. Arriba y abajo, arriba y abajo. Brazada, brazada, brazada. Arriba y abajo, arriba y abajo.
Así era la única manera de relajarse. Qué bien se sentía al nadar. Se sentía... Como un pez en el agua, literalmente.

viernes, 1 de febrero de 2013

Sentir.

Corre.
Corre desesperada. Corre, con prisa, con ansiedad. Tiene que llegar. Tiene que alcanzar su meta. Es cuestión de vida o muerte.

Su respiración se agita. Su pecho sube y baja en un rápido vaivén.
Siente frío: es el helado viento que la rodea y frena, empujándola hacia atrás.
Siente miedo: miedo a no llegar, miedo a no conseguir su objetivo, miedo a perderle.
Siente desolación: el lugar que la rodea es oscuro, indefinido, un eterno desierto de roca helada que no la deja escapar.
Siente dolor: dolor en las agotadas piernas, aunque no se rinde y las obliga a seguir esforzándose.
Siente pánico: es consciente de la malvada sombra que la persigue y del dolor que le causará.

A pesar de todo, no cesa en su empeño, y corre. Corre. Corre, sin parar.

Pero, poco a poco, lentamente, se siente más débil.

Siente más frío: sus dedos comienzan a congelarse y sus gotas de sudor se convierten en ríos de escarcha que corren por su cara.
Siente más miedo: comprende su cansancio y comprende también que su cuerpo le fallará dentro de poco.
Siente más desolación: en ese mundo frío y lúgubre no parece haber salida hacia la luz.
Siente más dolor: su cuerpo está al límite de sus fuerzas, no puede continuar.
Siente más pánico: al aminorar su escapada, la sombra se ha ido acercando progresivamente hacia ella, hasta estar tan solo a unos metros.

De repente, y tal cual esperaba, encuentra su cuerpo tendido de bruces en la nieve, sin apenas ya sentirlo debido al dolor infringido horas atrás y el sobreesfuerzo al que ha sido forzado.
Lo sabe, sabe que la sombra está ya a centímetros. Lo sabe con tanta certeza que se imagina el afilado cuchillo introduciéndose en su rosada piel. Lo sabe con tanta certeza que no escucha el disparo; lo sabe con tanta certeza que cree que es un sueño el sentir unos brazos que la levanten cariñosamente; lo sabe con tanta certeza que piensa que una abrigada chaqueta y un dulce beso son producto de su imaginación; lo sabe con tanta certeza que no hace caso de la hermosa imagen que le dan sus ojos. Lo sabe con tanta certeza que se duerme pensando que será su última siesta.

Horas después, despierta.

Siente calor: una gorda manta la cubre hasta la nariz.
Siente seguridad: la manta le da la sensación de protección.
Siente tranquilidad: sabe que está a salvo.
Siente dolor: sus heridas no han sanado, pero el cansancio se ha ido.
Siente amor: lo ha visto junto a ella, y sabe que ya nunca más tendrá miedo.

Él, sonriendo con ternura, se agacha, y, labio con labio, frente con frente, nariz con nariz, se van a besar...

RINNNNGGGG RINNNNGGG RINNNNNGGGGG!

Suena la alarma. Abre los ojos despacio, aturdida por el fuerte y violento sonido.
Se estira para apagar el despertador y se recuesta pensando en su sueño. ¿Sería verdad ese beso?
Lo sintió real.


Poesía #6

¿QUÉ ES POESÍA?

¿Qué es poesía? Me preguntas mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía eres tú.
 Gustavo Adolfo Bécquer

El siguiente novio de mi novia

Continuando, resulta que Louis era, cómo no, un compañero de universidad. Él también estudiaba Bellas Artes con Lyla, y ahí empezó el contacto. Al principio no me molestó: a veces venía a nuestro apartamento para ayudar a Lyla a estudiar para los exámenes teóricos, ya que le costaban más. Tenía un talento natural para la parte práctica, así que ahí trabajaba sola.  El caso es que este "Louis" venía a menudo para ayudarla, y, al final del primer curso, ya era un integrante más de la casa. Finalmente,  todos acabamos nuestro primer curso en la uni, y Lyla y yo volvimos a el terreno de nuestros padres a disfrutar del verano. Fue un verano diferente, porque era la primera vez que cumplíamos el papel de "parejita feliz" fuera del ambiente habitual, es decir, la uni y nuestro apartamento. Yo, aún sabiendo que Lyla y Louis tenían una "pequeña" relación, no me inquieté hasta mucho más tarde, cuando empezamos el segundo curso. Ese verano, igualmente, lo pasamos genial, disfrutamos muchísimo. Aprovechamos, también, que yo había conseguido el permiso de conducir ya,  y viajamos hasta las montañas del norte, y nos quedamos en un hotel rural muy agradable. Yo creo que, si me pongo a pensar en cuáles han sido los momentos más agradables, el primero que me viene a la mente es ese.
Acabó el verano, y retomamos las clases. Yo empecé a buscar trabajo, ya que necesitaba dinero. Mis padres no podían encargarse de mi eternamente. Conseguí que me contrataran en la cafetería del campus. Trabajaba de camarero. No era lo mejor de lo mejor, pero me pagaban bien, y así tenía una excusa más para ir al campus, donde estaban Lyla y Louis. La cafetería se encontraba justo al otro lado del parque cuyas vistas se veían desde el gran ventanal del edificio de arte.
Llegado un momento, después de las Navidades, Lyla empezó a mostrarse muy rara, distante. Por mucho que la interrogué, no conseguí arrancarle una palabra. Hubo días en los que no nos hablábamos, ni nos mirábamos. Esos días, yo volvía a mi habitación, y dormía bajo la colcha, fría sin su calor al lado de mi cuerpo.
Un día lluvioso (qué curioso que siempre que pasa algo malo o triste llueva, ¿verdad?) yo estaba trabajando en la cafetería. No habían muchos clientes, tan solo un par de profesores, y un pequeño grupo de alumnos que recuperaban un poco de calor corporal tomando calientes cafés. Yo había acabado mi turno, así que recogí mis cosas y me despedí de todos. Por la cortina de agua que caía, no veía muy bien el otro lado del parque, es decir, el edificio artístico. Por eso salí descuidadamente bajo el paraguas, oliendo el agradable olor a humedad que trae la lluvia. Esquivé los charcos de barro del parque y llegué al edificio, con intención de recoger a Lyla para llevarla conmigo en coche, y que no se mojara tanto en el camino a casa. Ufa, tremendo error. Entré, sequé mis zapatos en la alfombra del dibujo abstracto de colores, colgué mi abrigo mojado en el perchero de la entrada y me dirigí a la sala Marmolina, donde sabía que Louis y Lyla estaban trabajando en una escultura. Como siempre, la orquesta del campus estaba ensayando, así que mis pasos no se oían bajo la música tocada en el piso superior. La puerta de la sala Marmolina estaba abierta, así que entré sin llamar. Después, me quedé paralizado. No creía lo que estaba viendo. Lyla estaba sentada en la mesa de trabajo azul, su favorita. Louis estaba de pie delante de ella, e, increíblemente, sus labios acariciaban los de ella. Lyla, por su parte, había enredado sus dedos en el cabello castaño de Louis, y sus piernas se abrazaban a él como si su vida dependiera de ello. Ajenos a mí, siguieron acariciándose y besándose. Dado un momento, Louis la cogió y ella, colgada a él por las piernas y los brazos, siguió besándolo, y por lo visto, olvidándome OLÍMPICAMENTE. Louis avanzó hacia el sillón situado frente a mí, uno de cuero rojo. Se sentó, dejando a Lyla sobre sus rodillas, dándome, inconscientemente, la espalda. Siguieron en su mundo, y yo en el mío, o lo que quedaba de él, después de que se rompiera en pedazos; pero cuando la mano de Louis empezó a abrir el sueter de Lyla reaccioné y grité:
-¿¡Pero qué estás haciendo!?
Lyla tardó en reaccionar. Había dejado de besar a Louis, pero tampoco se había girado hacia mí. Louis ni siquiera me miró, solo parecía interesado en las vetas del suelo de madera.
-¡Eh! ¿¡No me habéis oído!? ¡Lyla, mírame!
En ese momento sentía varias cosas a la vez: para empezar, un inmenso dolor que me apretaba el pecho, agudo como una aguja, grave como un moretón. Después, una rabia y un enfado incontrolables que se adueñaron de mi voz y me hicieron gritar. Todo lo ocurrido a continuación fue propulsado por esa rabia.
Lyla se giró lentamente hacia atrás, y me miró con ojos culpables.
-¿¡Puedes explicar esto!? - le pregunté enfadado.
-No. No puedo, Samuel. Lo siento - Me lo dijo impasible, sin reflejar emoción alguna en sus gestos ni en su mirada castaña.
Se levantó suavemente del regazo de Louis, y se puso delante mío, mirándome francamente a los ojos, como si lo que hubiera hecho no fuera más grave que comerse una tableta de chocolate sin compartirla.
Louis se alejó discretamente, aunque no lo noté.
La miré.
Me miró.
Le hice un gesto como para que se explique. Y empezó a hablar.
-Samuel, no tengo excusa para esto. Simplemente, que estoy enamorada de Louis. Eso.
-¿Y conmigo qué pasa? ¿Ya no importo?
-Samuel, la verdad es que... Hace ya tiempo que no importas- Me soltó esa frase como quien no quiere la cosa, como un profesor al dar las notas de un aburrido trabajo de Historia.
Sin más palabras, me di la vuelta y me fui. Nunca más volví a saber de ella.