martes, 8 de noviembre de 2011

Amistad... Y algo más

Bueno, Nina y  Thomas (así se llamaba su nuevo conocido), hicieron buenas migas, y empezaron a quedar siempre que podían. A veces iban al cine, otras a correr por el parque, o simplemente charlaban en casa de alguno de los dos. Tenían varias cosas en común, y se llevaban muy bien.
En una fiesta, en casa de uno de sus amigos, en pleno verano, ocurrió algo, algo que cambiaría su relación.

                                                                 *             *           *

Qué buena tía es. Me cae super bien. Nos conocemos desde hace bastante tiempo, y nos llevamos bien. Esta noche William hace una fiesta, y por supuesto, no nos la vamos a perder. Me doy una ducha, busco un poco de ropa decente, me arreglo y paso a por Nina. Le "wasapeo" antes de llegar, ahora en su calle es muy dificil para aparcar. Me dice que está casi lista, que la espere unos minutos. Cuando paso por la puerta del edificio, veo que hay un sitio justo ahí, así que aparco, y subo a su piso. Como siempre, ha abierto un poco la puerta, para que corra aire. Entro, sin hacer ruido, y toco la puerta de su habitación. Ella abre, sorprendida. Al ver que soy yo, me abraza y vuelve al baño, para terminar de maquillarse, ya que tiene un ojo pintado de negro y otro no. Me pide que saque del armario los tacones rojos, esos que le gustan tanto. Me vuelvo a fascinar de que sea capaz de caminar con zapatos tan altos. Cuando sale del baño, hablando rápidamente, no ve un charco que probablemente ha dejado con su pelo mojado, y se resbala. Yo la cojo a tiempo, y nos miramos, con una chispa de entendimiento en la mirada. Le duele el tobillo, por lo que la cargo en brazos y la siento en la cama.
-Creo que está un poco hinchado- le digo.
-Sí, me duele un poco...
-Pues creo yo, señorita, que tiene prohibidos estos zapatos por unos días- le digo, a la vez que aparto los tacones de su alcance.
-¡No...!- replica, pero al ver mi cara de "NO TE LOS VAS A PONER", desiste- ¿Y entonces qué zapatos me pongo? Porque las deportivas no combinan con mi vestido- ataja a mi comentario silencioso.
-¿Tienes unos zapatos bajitos?- le pregunto, y sin esperar respuesta, miro en su armario. Encuentro unas bailarinas rosas, simples, pero bonitas- ¿Y estas? Son bajitas, bonitas y te combinan.
-Tráemelas.
Se las pone, se levanta, y veo que está guapísima. Intenta caminar, y flaquea un poco al primer paso del pie herido. Paso mi mano por su cintura, por si acaso, y la miro, preocupado. Ella alza la vista para ver si estoy bien, y en ese momento, en el que sus ojos, esos tan verdes, se conectan con los míos, y siento que saltan chispas. Hace un tiempo que nos ocurre esto, que de vez en cuando cruzamos una mirada, nos rozamos sin querer, y sentimos que le damos al otro todo lo mejor de uno mismo. Bueno, por lo menos eso siento yo. No sé ella, pero en esos momentos, estoy seguro que sentimos lo mismo. Después, dudo, y no me atrevo a decirle que la quiero, que estoy loco por ella, que la necesito para que mi vida tenga valor. Pero sí lo tengo claro. Sobre todo desde esta fiesta.

                                                                 *             *           *

Uff, uff. Qué fuerte. Esa mirada me ha estremecido entera por dentro, esos ojos color miel a veces, o color arena, me matan, se carga todas mis defensas. Él me saca de quicio, pero también me hace reír como nadie, y, también, despierta estas sensaciones en mi interior. Tom y yo, callados y tensos, nos subimos al coche y vamos a casa de William. Cuando llegamos allí intentamos hacer como que no pasa nada, pero yo estoy muy confusa, y con la excusa de ir a tomar aire, salgo a la terraza. Cuando vuelvo a entrar he tomado una decisión, y la cumplo. Por un rato me olvido de todo y solo bailo, al ritmo de la música. Finalmente, cuando termina la fiesta, los amigos más íntimos de William nos quedamos a ayudarlo a recoger todo, y cuando acabamos, alguien sugiere que juguemos a la botella. Yo acepto, sin pensar en lo que puede pasar. A Amy le toca besar a Paul, su novio, y luego le toca a William besar a Claire. Y cuando me toca a mi, me bloqueo. Giro la botella dividida entre querer que le toque a él y no querer. Y... ¿sabes qué? Le toca a él. Tímidamente, me acerco a él. Siento el corazón en la garganta, oigo mi pulso en los oídos, lo que impide que oiga nada más. Y finalmente, mis labios rozan los suyos, que responden a mi beso. Nos separamos, y nos reímos todos juntos, como si nada. Pero él y yo sabemos que ha pasado algo, y cada vez que nos miramos, saltan chispas. Digo que estoy cansada, y que quiero ir a casa. Cojo mi bolsito y me despido de todos. Tom me sigue, y subimos a su coche. Hablamos un poco de la fiesta, pero siento la lengua seca como un desierto, y tengo la mente en blanco. Todos mis sentidos están recordando ese beso, y no lo puedo olvidar. La conversación es breve, y perdida en mis pensamientos, no noto que llegamos a mi edificio. Ya en el portal, me giro, y le pido que salga del coche. No me aguanto y le doy un suave beso, y para mi sorpresa, me responde, con urgencia, con ganas. Siento que me muero, y por suerte, él está ahí para sostenerme. Y ahí empezó nuestra relación.

                       

Ahí está la puerta, así que: FUERA DE MI VIDA!

Me dejaste pasmada. No me lo podía creer. Habías vuelto, cuando había apartado de mi mente esos recuerdos tan bonitos, pero a la vez tan dolorosos relacionados contigo. Había decidido que centraría mi mente en Mía, mi bebé, y para darle absolutamente TODA mi atención, debía olvidarte. Gracias a ella, superé el abismo que tú te habías encargado de abrir entre mi felicidad y yo. Y ahora, que por fin me siento bien, vuelves. Me explicas todo, ordenado y claramente, cuando Mía duerme. Yo te pido que me dejes tiempo para entenderlo, para aceptarlo. Me dices que vale, y en el umbral de la puerta, intentas darme un beso de despedida. Yo me aparto de ti, y te miro, ofendida. Comprendes que ya fue, y ya está. Te vas, y cuando entro a casa, escucho a Mía. Está llorando. He afinado bastante el oído últimamente, y voy a verla. Cuando la cojo en brazos, al sentir su cálido cuerpito, me calmo. Nos vamos a dormir, y al mediodía siguiente, vienes a verme. Qué detalle, recuerdas que hoy no trabajo. Bien, entras con tu llave, sin que yo lo note. Me asustas mucho, y el sobresalto hace que te grite todo lo que siento, la rabia, la impotencia, la soledad, todo lo que sentí y tuve que aguantar mientras no estabas. Mía me escucha chillar y llora. Yo te suelto un grito así:
-Ahí está la puerta, así que: ¡LÁRGATE!
Y tu, horrorizado, avergonzado, espantado, te vas, y por suerte, no te he vuelto a ver. Hasta hoy, claro...