martes, 8 de noviembre de 2011

Ahí está la puerta, así que: FUERA DE MI VIDA!

Me dejaste pasmada. No me lo podía creer. Habías vuelto, cuando había apartado de mi mente esos recuerdos tan bonitos, pero a la vez tan dolorosos relacionados contigo. Había decidido que centraría mi mente en Mía, mi bebé, y para darle absolutamente TODA mi atención, debía olvidarte. Gracias a ella, superé el abismo que tú te habías encargado de abrir entre mi felicidad y yo. Y ahora, que por fin me siento bien, vuelves. Me explicas todo, ordenado y claramente, cuando Mía duerme. Yo te pido que me dejes tiempo para entenderlo, para aceptarlo. Me dices que vale, y en el umbral de la puerta, intentas darme un beso de despedida. Yo me aparto de ti, y te miro, ofendida. Comprendes que ya fue, y ya está. Te vas, y cuando entro a casa, escucho a Mía. Está llorando. He afinado bastante el oído últimamente, y voy a verla. Cuando la cojo en brazos, al sentir su cálido cuerpito, me calmo. Nos vamos a dormir, y al mediodía siguiente, vienes a verme. Qué detalle, recuerdas que hoy no trabajo. Bien, entras con tu llave, sin que yo lo note. Me asustas mucho, y el sobresalto hace que te grite todo lo que siento, la rabia, la impotencia, la soledad, todo lo que sentí y tuve que aguantar mientras no estabas. Mía me escucha chillar y llora. Yo te suelto un grito así:
-Ahí está la puerta, así que: ¡LÁRGATE!
Y tu, horrorizado, avergonzado, espantado, te vas, y por suerte, no te he vuelto a ver. Hasta hoy, claro...

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