viernes, 1 de febrero de 2013

Sentir.

Corre.
Corre desesperada. Corre, con prisa, con ansiedad. Tiene que llegar. Tiene que alcanzar su meta. Es cuestión de vida o muerte.

Su respiración se agita. Su pecho sube y baja en un rápido vaivén.
Siente frío: es el helado viento que la rodea y frena, empujándola hacia atrás.
Siente miedo: miedo a no llegar, miedo a no conseguir su objetivo, miedo a perderle.
Siente desolación: el lugar que la rodea es oscuro, indefinido, un eterno desierto de roca helada que no la deja escapar.
Siente dolor: dolor en las agotadas piernas, aunque no se rinde y las obliga a seguir esforzándose.
Siente pánico: es consciente de la malvada sombra que la persigue y del dolor que le causará.

A pesar de todo, no cesa en su empeño, y corre. Corre. Corre, sin parar.

Pero, poco a poco, lentamente, se siente más débil.

Siente más frío: sus dedos comienzan a congelarse y sus gotas de sudor se convierten en ríos de escarcha que corren por su cara.
Siente más miedo: comprende su cansancio y comprende también que su cuerpo le fallará dentro de poco.
Siente más desolación: en ese mundo frío y lúgubre no parece haber salida hacia la luz.
Siente más dolor: su cuerpo está al límite de sus fuerzas, no puede continuar.
Siente más pánico: al aminorar su escapada, la sombra se ha ido acercando progresivamente hacia ella, hasta estar tan solo a unos metros.

De repente, y tal cual esperaba, encuentra su cuerpo tendido de bruces en la nieve, sin apenas ya sentirlo debido al dolor infringido horas atrás y el sobreesfuerzo al que ha sido forzado.
Lo sabe, sabe que la sombra está ya a centímetros. Lo sabe con tanta certeza que se imagina el afilado cuchillo introduciéndose en su rosada piel. Lo sabe con tanta certeza que no escucha el disparo; lo sabe con tanta certeza que cree que es un sueño el sentir unos brazos que la levanten cariñosamente; lo sabe con tanta certeza que piensa que una abrigada chaqueta y un dulce beso son producto de su imaginación; lo sabe con tanta certeza que no hace caso de la hermosa imagen que le dan sus ojos. Lo sabe con tanta certeza que se duerme pensando que será su última siesta.

Horas después, despierta.

Siente calor: una gorda manta la cubre hasta la nariz.
Siente seguridad: la manta le da la sensación de protección.
Siente tranquilidad: sabe que está a salvo.
Siente dolor: sus heridas no han sanado, pero el cansancio se ha ido.
Siente amor: lo ha visto junto a ella, y sabe que ya nunca más tendrá miedo.

Él, sonriendo con ternura, se agacha, y, labio con labio, frente con frente, nariz con nariz, se van a besar...

RINNNNGGGG RINNNNGGG RINNNNNGGGGG!

Suena la alarma. Abre los ojos despacio, aturdida por el fuerte y violento sonido.
Se estira para apagar el despertador y se recuesta pensando en su sueño. ¿Sería verdad ese beso?
Lo sintió real.


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